Quiero ser humana y poder equivocarme, darme cuenta de mis errores y
arrepentirme.
Quiero vivir con pasión y alegría, desconociendo qué me depara el futuro,
sin saber qué puedo esperar del siguiente día o de las siguientes horas.
Me permitiré derrumbarme algunas veces sólo para sentir el grandioso
resurgimiento y sentirme Fénix.
He de tener celos e inseguridades porque debe ser muy aburrido ser tan
seguro siempre.
Viviré ciertos desencantos, desilusiones y frustraciones que me harán
vulnerable y frágil ante los semi-dioses del Olimpo moderno.
Asumiré mis miedos y no trataré de disfrazarlos por el qué dirán.
Seré fuerte cuando pueda, sin presiones sociales de ningún tipo; seré
débil cuando serlo no me lleve a tolerar una injusticia.
Miraré mi reflejo y me aceptaré, tal como soy, inarmónica, perecedera, nada
diáfana.
Porque no tengo que ser infalible, no intentaré justificar mis fallas
ni culparé a los demás por ellas.
Me han regalado la libertad de ser defectuosa y disfrutaré de ese don preciado pero ignorado.
Eso de ser dioses se lo dejo a
los que no viven felices consigo mismos, a los que no entienden que todo es
efímero sobre la faz de la tierra, a los que su yo es su mundo.
Me equivocaré, aprenderé de ello y me regocijaré con esa sensación sublime de
adquirir experiencia a cinceladas.
Me romperé y me volveré a unir y las marcas me harán más atractiva al
ojo del sabio.
El insensato dirá que soy pusilánime mientras yo me río de sus propios
desatinos.
Yo no quiero ser como esos
proyectos de dioses señalando sólo lo incorrecto, explicando cómo debería ser cuando ellos ni
siquiera tienen espejos en el alma.
Quiero ser humana. Quiero amar y sentir lo imperfecto y descubrir que
en la imperfección también hay belleza y también está Dios.
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